jueves, 21 de junio de 2012


Patricio Valdés Marín



El capitalismo es el nombre dado a un modelo económico de crecimiento donde la propiedad del capital es privada. Ha sido el motor del gigantesco desarrollo de la economía que caracteriza nuestra época desde la Revolución Industrial, probando ser un sistema económico que funciona exitosamente para producir y distribuir enormes cantidades y variedades de bienes y servicios. Sin embargo, el capital privado tiende a concentrarse y acumularse, llegando a adquirir un poder excesivo que avasalla el poder político, mientras su ética se basa en el egoísmo, contraponiéndose al hecho antropológico que subraya la solidaridad.


Capitalismo es el nombre dado a un sistema económico donde la propiedad del capital, que es uno de los factores de la producción, es privada. Los capitalistas son los poseedores del capital y conforman una clase social conocida como burguesía. El moderno neologismo “neoliberal” indica que es el Estado el que promueve activamente este orden económico-social. Es ampliamente reconocido que esta economía ha sido el motor del gigantesco desarrollo de la economía que caracteriza nuestra época desde la Revolución Industrial, probando que funciona exitosamente para crear, producir y distribuir enormes cantidades y variedades de bienes y servicios. A pesar de que la economía capitalista se ha ido desarrollando desde mucho antes de 1776, cuando Adam Smith (1723-1790) publicó La riqueza de las naciones, con la caída del muro de Berlín y el término de la Guerra fría ella ha ido extendiéndose por todo el mundo.

El éxito del capitalismo es debido a que ha aumentado la riqueza, generado más productos, aumentado el empleo, expandido los mercados y, en no menor medida, publicitado este éxito, como nunca había ocurrido en toda la historia humana. El capitalismo ha sido el motor para mover los capitales que gestan nuevas tecnologías, establecen empresas más dinámicas, reclutan mano de obra productiva, capacitan trabajadores, explotan nuevos recursos y generan mayores mercados. Este brillo del capitalismo ha beneficiado, en contra de los pronósticos socialistas, a grandes masas de trabajadores que usufructúan de beneficios como nunca sus más enconados adversarios creyeron posible. No obstante ocultar la miseria en la que la mayor parte de los seres humanos se encuentra sumida por no ser suficientemente productivos ni asimilar su ética, les da la esperanza de participar algún día de aquél si logran ser incorporados a las legiones de trabajadores y empresarios. En el pasado se quedaron las críticas que ponían el dedo en la deshumanizada llaga del capitalismo, acalladas por el fracaso de los sistemas alternativos, y opacadas por su enorme dinamismo interno.

Sin embargo, en contra de este brillante éxito, las críticas al capitalismo se han ido apilando desde sus inicios y ha provenido de diversos cuarteles. No quiere esto decir que sin capitalismo los problemas humanos quedarían superados.


Privatización, acumulación y concentración del capitalismo


En el curso de la historia de la economía capitalista se han observado tres fenómenos: la privatización, la acumulación y la concentración del capital. Por una parte, en las últimas décadas, el capital se ha hecho mayoritariamente privado. La ideología neoliberal ha supuesto que la empresa privada es más eficiente que la empresa estatal. Explica que una inversión con capital público resulta menos rentable y competitivo que si el capital fuera privado, pues el interés colectivo tiende al bien común, en tanto el interés privado buscará el mayor beneficio posible. En segundo lugar, la acumulación de capital, que se había venido ocurriendo sostenidamente desde la aparición de la agricultura y el pastoreo, en la actualidad es exponencial y ha llegado a niveles nunca antes alcanzados; y ahora se ha venido acelerando a falta de guerras y catástrofes y a causa de las garantías conseguidas de parte de la legislación de los países para aminorar los riesgos de su inversión. Tercero, la competencia y la necesidad por ser más competitivo ha tendido a que el capital se haya concentrado a tal punto que unos cuantos grandes capitalistas poseen la mitad de la propiedad del mundo.

Considerando el trabajo en la perspectiva del capitalismo, las riquezas no pertenecen necesariamente a quien interviene directamente con el propio esfuerzo en su producción, como Locke hubiera supuesto, y quien ni siquiera posee el poder de su propia fuerza muscular arriesga no poder satisfacer incluso sus necesidades elementales de supervivencia. Para el capitalismo, las funciones del trabajo no son precisamente la identificación del trabajador con su actividad, ni su asociación con otros seres humanos a través de su actividad. Tampoco es su dignificación mediante su trabajo, ni el gozo intenso que le puede producir desempeñar una actividad útil y apreciar su producto. Puesto que estas valoraciones, propias de las antiguas artesanías, no maximizan el beneficio del capital, no les son útiles. En cambio, lo que el capitalista ve en el trabajo es un desmesurado salario a cambio de ineficiencia y poca productividad. Además, algunos capitalistas se enorgullecen imaginando que son benefactores sociales cuando suponen que el capital da trabajo. Esta idea sería verdadera si el capital tuviera un origen extra-social y su posesión fuera por derecho natural. Sin embargo, el derecho de posesión lo otorga la misma sociedad a la que también pertenecen los trabajadores, siendo más que todo un privilegio que un derecho natural.

Una explicación acerca del origen del capital se puede encontrar cuando se incorporan los mercados a la discusión, no como una única entidad abstracta, sino que como entidades concretas y plurales. Los mercados son naturalmente desequilibrados. Además sus equilibrios son distintos entre aquellos que tienen el mismo nicho económico. Es posible que en un mercado particular pudiera existir equilibrio, y entonces por cada unidad ofertada habría una unidad demandada, con lo cual el precio alcanzado sería exactamente el costo que requirió producirla. Pero en el conjunto de los mercados existen espléndidas oportunidades tanto para quien compra como para quien vende.

De hecho, un buen comerciante es aquél que compra mercancías en un mercado de mucha oferta y las vende en otro mercado de mucha demanda, siendo lógicamente la distancia entre ambos mercados ya sea espacial o temporal. El capitalismo, para sacar una mayor ventaja de la transacción comercial, desequilibra aún más la natural imperfección del mercado cuando monopoliza uno de los términos de la transacción (o la oferta o la demanda), o induce un modo de comportamiento adecuado del término opuesto mediante la publicidad. Las utilidades generadas incrementan sustancialmente el capital inicial.

También, el capital proviene de situaciones más fortuitas que las oportunidades que se producen corrientemente en los mercados. El descubrimiento de una mina de oro, la invención de una tecnología, la creación de una obra de arte y la posterior especulación de su valor, el paso de una nueva carretera por la cercanía de un terreno, la habilitación de terrenos al cultivo son ejemplos de obtención de riquezas que constituyen capital. En fin, la energía contenida en los recursos naturales es una de las principales fuentes del capital; y quien posee la tecnología apropiada, el capital para explotarlas y los derechos de explotación, queda en condiciones muy favorables para acumular capital. En este sentido, el capital es la posesión de estructuras muy energéticas que pueden ser utilizadas para producir riquezas o que son riquezas en sí mismas.

Por su parte, en una economía capitalista la concentración del capital surge por la necesidad de ser más competitivo, induciendo el crecimiento de la empresa para ocupar todo el nicho de mercado posible, la diversificación de sus productos y la intensidad de capital para ahorrar en trabajo. También se produce naturalmente debido al enorme poder que su posesión trae aparejada, incluido el militar. No es necesario buscar explicaciones en las crisis económicas. Por el contrario, la acumulación mayor ocurre en ausencia de crisis, en especial bélicas. Simplemente, el poder del capital es tan grande que puede hasta determinar el beneficio que le corresponde.


La ideología liberal


El capitalismo desarrolló una ideología, la liberal, cuyo origen se encuentra en la filosofía positivista inglesa. Ésta se puede resumir en las siguientes proposiciones: Primero, el ser humano es un individuo egoísta que tiene por finalidad perseguir ciegamente su propia felicidad, concebida como gozo, omitiendo su disposición solidaria. Segundo, para conseguir este objetivo, debe afanarse en producir riqueza material, que es lo único que puede satisfacer todas sus necesidades humanas; así, el planeta Tierra debe sostener multitudes inmensas trabajando de sol a sol, disciplinadamente, con creciente tecnología y productividad, a costa de sus limitados recursos. Tercero, en este afán egoísta, se consigue supuestamente, como subproducto secundario y políticamente deseable, el interés general, el que proviene por rebalse de la sobreabundancia de una minoría; el afán de lucro es tan antiguo como la historia, lo nuevo a partir de Adam Smith es el pensamiento que sostiene que a través de este afán individual es posible alcanzar el bienestar social y la felicidad de todos; lo original fue sostener que a través de la acción de fuerzas puramente egoístas y centrípetas dentro de un orden espontáneo, pero enmarcadas por las leyes del mercado, se obtiene el mayor beneficio económico posible para la mayoría, generando enormes riquezas para la satisfacción de las necesidades de todos. Cuarto, lo anterior implica que todo (incluido las personas) es una mercancía (tiene dueño y es útil) que se transa en un libre mercado. Quinto, subrayando el principio de subsidiariedad, la propiedad de los medios de producción, incluyendo el capital, debe ser privada, pues se conjetura que al ojo del amo engorda el caballo y el Estado, sujeto a intereses partidarios, es un mal empresario. Sexto, el capitalista invierte siempre calculando conseguir el máximo de beneficio, con el mínimo de riesgo, y en el menor plazo posible. Séptimo, aquello que hace digno al ser humano es el libre emprendimiento, sin considerar que se emprende libremente a costa del trabajo obligado y mal remunerado de la inmensa mayoría.

El pensamiento liberal acerca de cómo se produce el crecimiento económico, que es la clave del bienestar social, contradecía radicalmente al mercantilismo y se apartaba de la imagen de relacionar la economía con riquezas, privilegios y puramente comercio. Había vinculado el comercio con la producción y el capital invertido en producir. El crecimiento económico se potencia a través de la división del trabajo, que se profundiza a medida que se amplía la extensión de los mercados y la especialización. Infirió que los individuos en el mercado, actuando según su propio interés, consiguen una asignación mucho más eficaz de los recursos productivos que cualquier intervención del Estado. El mercado, que se rige por leyes propias, autónomas e invisibles, a través de la oferta y la demanda allí generadas, induce o inhibe a los productores a producir o no determinados productos y en determinadas cantidades. De este modo, a través de la oferta y la demanda de productos que se transan en el mercado, se determina el valor relativo para los mismos, entregando además una señal sobre la conveniencia o inconveniencia de producirlos o consumirlos. Además Smith dedujo que el mercado llega al equilibrio económico, es decir, cuando la oferta se iguala a la demanda, sin necesidad de que el Estado intervenga. Este pensamiento conformó el fundamento del pensamiento económico liberal e instaló a Smith como padre de la economía política contemporánea.

En contra de la ideología liberal del individualismo se puede afirmar que no responde a los hechos antropológicos. En primer lugar, el ser humano es una criatura que, como todo ser viviente, está tras su propia supervivencia y reproducción, pero, como homo sapiens, es una criatura que ha evolucionado genéticamente a lo largo de centenas de miles de años por el esfuerzo colectivo y comunitario, siendo su psicología social, no individualista, sino que principalmente cooperadora y solidaria. Adicionalmente, su condición de sapiens le permite proyectar intencionalmente su vida, más que a la pura satisfacción de sus necesidades inmediatas, hacia incluso la posibilidad de lo transcendente, lo que lo hace un ser eminentemente moral. Puesto que la naturaleza humana no se explica únicamente por el egoísmo, sino que también por la solidaridad, el capitalismo tiene, ideológicamente hablando, una enorme contradicción. Quienes lo defienden desde esta perspectiva son personajes que tienen más intereses personales que proteger que excedentes que regalar. Lo que realmente ha ocurrido es que se ha forzado a sostener, mediante una ideología persistente y poderosa, que las fuerzas centrípetas del individuo producen indirectamente un encuentro solidario de fuerzas centrífugas que se juntan en virtud del mercado. El liberalismo es la ideología del egoísmo y de un individualismo que desvaloriza lo social y la democracia.

Tal es su poder que la burguesía llega a elaborar ideologías que ensalzan el sistema económico capitalista y la difunden a través de los medios de comunicación social de los que ella es propietaria en su mayoría. Impone los mitos que todos llegamos a aceptar como verdaderos: el crecimiento económico como finalidad de la acción política, la autorrealización como propósito de la acción personal, el gozo como objetivo de la existencia individual, el dinero como condición de la felicidad, la participación en el mercado como la expresión de la libertad, y la iniciativa privada como su expresión máxima, mientras el gran capital se apodera del mundo.

Asimismo, a través de la propaganda electoral la burguesía logra mayorías representativas más allá de sus números. El efecto de la interacción política-capital es doble: la propiedad privada del capital es celosamente protegida por el poder político, poder que el mismo capital contribuye a establecer y controlar; segundo, el capital, que tiende a concentrarse generando las enormes diferencias económicas entre los individuos, produce recíprocamente el dominio de muchos por pocos en muchos ámbitos de la vida, además del económico.

La ética humanista critica al capitalismo por su ética que se basa en el egoísmo y la codicia, contraponiéndose al hecho antropológico que subraya relaciones sociales más equitativas y cooperadoras y por ser la antítesis de la solidaridad y la igualdad natural e ideal de los seres humanos. Ha elevado el pecado capital de la codicia a la categoría de una virtud cardinal, comparable a la virtud teologal de la caridad. El humanismo afirma que la economía capitalista deshumaniza la estructura social al interponer el dinero como principal vínculo en las relaciones humanas. Origina individuos egoístas al enfatizar el lucro individual como motor y fin de la actividad humana. Impone el valor de la competencia individualista a nuestra natural psicología de cooperación social. Trastoca el carácter de creatividad y contribución del trabajo por mera mercancía impersonal. Genera un consumismo y un exitismo desenfrenado. Propone modelos para el deber ser que son estereotipos irreales e irrealizables, provocando angustias generalizadas.

Adicionalmente reprocha al capitalismo porque se sustenta en un aspecto limitado de la múltiple funcionalidad del ser humano (el egoísmo y la codicia) y deja la función altruista y solidaria sin expresión posible y limitada al estrecho ámbito de las relaciones familiares y la filantropía. El problema de este desequilibrio de tendencias individuales tiene no sólo graves repercusiones psicológicas, sino también los tiene sobre la estabilidad social. La ideología capitalista siempre repugnará a la conciencia solidaria que sostiene que la subsistencia social depende de la acción altruista y que cualquier otra cosa es la legitimación del abuso y el privilegio. Incluso muchos humanistas preferirían una sociedad más solidaria que rica y poderosa.


El neoliberalismo


El neoliberalismo se basa idealmente en el concepto de la “libertad para elegir”. Tal es precisamente el título de uno de los libros (1980) más populares de unos de los propulsores principales de esta ideología, Milton Friedman (1912-2006). El neoliberalismo supone que el individuo es libre porque, siguiendo a David Hume (1711-1776), “tiene la capacidad para actuar o no actuar de acuerdo a las determinaciones de la voluntad”, pudiendo elegir entre una multiplicidad de medios para obtener un fin deseado. La libertad es una capacidad que tendría el ser humano para optar por alternativas. Precisamente, dicha capacidad la pueden ejercer además todos los organismos vivientes con sistema nervioso central con mayor o menor habilidad. Además, si reemplazamos la determinación de la voluntad de Hume por la concepción de Thomas Hobbes (1588-1679) de una pasión que instrumentaliza la razón para conseguir la autosatisfacción, llegamos al hedonismo de nuestro tiempo como sinónimo de felicidad.

Siguiendo con esta capacidad, como mejor se expresa el neoliberalismo es en la economía, y así Friedman sostiene que la libertad se puede ejercer en su plenitud en el libre mercado. De este modo es posible la coexistencia del libre mercado con una política autoritaria, donde la libertad humana se vuelca puramente hacia la actividad económica del mercado. La ideología neoliberal asegura una máxima libertad individual en materias económicas. Cualquier individuo puede comprar lo que desea según su disponibilidad de efectivo o de crédito, y vender lo que tenga, incluido su propia fuerza de trabajo, según las leyes del mercado. La libertad económica ha suplantado la libertad política, que es exclusivamente humana. Las condiciones que posibilitan la inversión de capital que asegura el empleo no pueden ser alteradas, aunque éstas sean de máxima explotación y expoliación.

En contra del concepto unívoco y minimalista de ‘libertad’ del neoliberalismo, ésta no es únicamente un asunto de elección entre productos que ofrece el mercado. La acción humana es libre en cuanto se dan dos factores: primero, la existencia de una deliberación razonada antes de la acción que determina la voluntad, independiente de compulsiones, como aquellas inducidas por la publicidad; segundo, la existencia de condiciones objetivas para llevarla a cabo. La teoría republicana realizó una verdadera revolución en la práctica política al erigir a la persona y su acción libre como la razón de ser de la acción política, y que se resume en dos aspectos: 1º el reconocimiento y la defensa de los derechos de las personas y 2º la acción política para determinar y alcanzar el bien común o el interés general. Anteriormente, la acción política del monarca se desenvolvía gravosa y autoritariamente en los amplios espacios que permitían los derechos de pueblos y estamentos particulares. Actualmente, el Estado neoliberal percibe en los ciudadanos su capacidad para actuar libremente sólo en el ámbito del mercado, cuando la ley no lo prohíbe y cuando hay elecciones.

Además, por el imperativo de la empresa libre y su interés particular un régimen neoliberal necesita debilitar la participación ciudadana en el poder político y generar simultáneamente una clase política aún más desvinculada de la ciudadanía. La actividad política del ciudadano queda reducida a votar por el candidato impuesto por la clase política. La democracia neoliberal adquiere a una estructura puramente formal, y no logra ser el gobierno del pueblo. Supone que todas las posibles relaciones humanas se reducen al intercambio mercantilista y transaccional. Así, el trabajador y el empleador intercambian trabajo por salario, el productor y el consumidor intercambian producto por dinero, el médico y el paciente intercambian salud por honorarios, incluso los esposos intercambian amor por protección.

El neoliberalismo adhiere a la ideología del individualismo, que expresa que el individuo existe para sí mismo, independientemente del grupo social, y el Estado no puede interferir con su acción. Esta ideología surgió de la tendencia exagerada a suponer que la identidad consigo misma es igual a ser objeto de su propia actividad. Por ella se sostiene que la psicología de los individuos está hecha para perseguir su propio bienestar e interés particular, sin reparar necesariamente en el interés general ni en la acción colectiva hacia cada uno. Más bien, Adam Smith supuso que existe una relación causal entre el afán de lucro individual y su efecto en el bienestar colectivo si se deja que las leyes del mercado operen libremente. El individualismo es en realidad una abstracción de la naturaleza de la persona para explicar, según las escuelas inglesas de pensamiento –empirismo, positivismo y utilitarismo–, la relación entre los seres humanos y la de éstos con las estructuras social y política. Naturalmente, al ser una abstracción, se omite la complejidad del ser humano.

La idea individualista de que el objetivo de la acción individual es su propio bienestar es contraria al hecho antropológico de la solidaridad, la equidad y la cooperación. Aquella idea está detrás de la práctica política de la no participación ciudadana, concibiéndose como suficiente la representación de los intereses individuales y la participación en el mercado. El hecho antropológico es duro y son los cientos de miles de años de vida tribal que han impreso indeleblemente en nuestro genoma la solidaridad y la participación en la sociedad. Este hecho ha permitido al ser humano ser la especie más exitosa del planeta. La república es el régimen político que hace suya estas características antropológicas cuando la tribu deviene en nación.

El neoliberalismo quisiera, en cambio, que las funciones del Estado se redujeran a administrar eficientemente la macroeconomía y a mantener los servicios públicos mínimos, como el judicial y el policial, de modo que permitiera la estabilidad económica que posibilite la máxima seguridad para los negocios. No desearía que el Estado se responsabilice por generar las condiciones que permitan a todos los individuos tener las mismas oportunidades, sino que aspira más bien a que tenga la suficiente autoridad para imponer disciplina a quienes pudieran obstaculizar el libre mercado, pues para aquél éste es la fuente de todas las oportunidades. A diferencia del antiguo liberalismo, que se fundaba en la libertad individual y en el autogobierno de cada individuo, exigiendo plenas libertades políticas, el neoliberalismo anhela que el Estado posibilite al máximo las libertades económicas y limite recíprocamente a un mínimo las libertades civiles, como si el individuo fuera sólo un ser que busca satisfacer sus apetitos más elementales, aunque sean infinitamente variados. En el fondo, constatando las enormes diferencias de posesión que existen en la población, el neoliberalismo está más preocupado por la protección de la propiedad privada y teme que los desposeídos se rebelen.

El problema se suscita cuando el capitalismo inherente al neoliberalismo, y no el mercado, determina la desigual proporción en que la torta se reparte, siendo el capital el más beneficiado. El problema ocurre cuando sólo al puñado de grandes capitalistas la globalización, que borra las fronteras nacionales, les ofrece la posibilidad de buscar las mejores oportunidades, quedando el resto imposibilitado para desplazarse libremente por el mundo tras mejores condiciones de vida y trabajo, si no es como turista. El problema viene cuando el Estado debe hacerse cargo de las necesidades de los habitantes, en especial cuando no son laboralmente útiles. El problema consiste en que el Estado permanece a cargo de los desprotegidos del sistema, mientras quienes profitan de éste procuran manejar al Estado para su propio beneficio. El problema consiste en que se está generando un Estado cada vez más policial y represor para proteger al gran capital.


La democracia republicana y el capitalismo


La democracia es un régimen político que reconoce que los individuos, si bien son partes de un todo como la sociedad civil (que es heredera directa de la primitiva tribu y la antigua polis griega), poseen derechos naturales (a la vida y la libertad) anteriores a aquella por tener objetivos, como personas, que le son propios, que la trascienden y que deben ser reconocidos por aquella misma sociedad civil y por el ente regulador y dirigente (el Estado) que ésta erige soberanamente. El Estado rige con plena potestad y autoridad sobre aquella parte de la persona que se relaciona con la sociedad civil referente al bien común, la convivencia, el orden y la paz social. Su relación con el neoliberalismo es embarazosa. Es reiterativa aquella evaluación que señala que el problema socio-económico más importante actual es la magnitud y el crecimiento de la pobreza en una sociedad cuya burguesía es cada vez más rica y poderosa.

En efecto, el capitalismo engendra diferencias sociales profundas al producir bolsones de gran miseria que quedan marginados del sistema. Remunera al trabajo según una escala que en su extremo inferior cuenta con una proporción significativa de cesantes y subempleados dispuestos a cualquier salario y denigración para mejorar su precaria realidad. Sostiene a través del esfuerzo de muchos la opulencia y el poder más inverosímil de pocos. Crea riquezas que son despilfarradas en suntuosos lujos. Un régimen no puede considerarse democrático cuando por proteger un derecho civil, como el derecho de propiedad privada, viola derechos naturales (de mayor jerarquía), como los derecho a la vida y la libertad.

Desde el punto de vista socio-político, al régimen democrático le repugna que los individuos puedan ser considerados como consumidores y la sociedad civil como un mercado. Un ciudadano no debe suponerse a sí mismo sólo como un consumidor de productos que tiene derecho a votar sus propios representantes que le proveen los bienes y servicios apropiados, pues para eso paga impuestos. Por el contrario, si en una democracia la misión de un representante es velar por el interés general, entonces la misión política de un ciudadano no se remite a entregar su voto en el día de las elecciones, sino que su acción política se refiere a su participación en la construcción de este interés general, siendo que éste podría contradecir en ocasiones el interés particular del ciudadano en cuestión.

Por su parte, el republicanismo critica al capitalismo porque el capital privado tiende a acumularse y concentrarse de modo exagerado, llegando la burguesía a adquirir un poder desmesurado que logra dominar y someter al poder político. En este sentido el capitalismo es caracterizado por dos aspectos. Uno es el carácter jurídico que establece la condición inviolable de la propiedad privada del capital. El otro es de carácter de la ideología individualista, y consiste en la disposición y el usufructo exclusivamente individuales de la propiedad.

El aspecto jurídico del capitalismo surgió en Inglaterra, cuando, por la influencia del individualismo de los siglos XVII y XVIII, heredero del pensamiento centrado en el hombre iniciado en el Renacimiento, se consagró el derecho de propiedad. Los agricultores medianos de aquella época pretendían resguardarse de los privilegios y arbitrariedades de los grandes propietarios de la nobleza y el alto clero. John Locke contribuyó a dar al dominio jurídico los fundamentos filosóficos y éticos. Uno de sus racionamientos básicos, que pretende demostrar que la propiedad privada pertenece al derecho natural, es la afirmación de que el producto del esfuerzo pertenece a quien lo realiza, en la suposición de que nadie podría legítimamente apropiarse de ese producto. Dicho producto pasaría a ser propiedad de quien puso el esfuerzo en producirlo, pudiendo disponer de aquél como estimase conveniente. La realidad es que esta tesis santifica únicamente a quien posee las riquezas y establece que la finalidad del Estado es preservar la propiedad privada. Lógicamente, este principio está muy acorde con la ideología burguesa, interesada por sobre todo en defender los privilegios de su clase social. Al parecer, Locke, en contra de su natural sensatez, escribía para sus aduladores burgueses. Él nunca sospechó que el derecho de propiedad que proponía como derecho natural, junto con el derecho a la vida y el derecho a la libertad, es el débil respaldo jurídico y ético de la propiedad privada sobre el capital y que iba amparar a los capitalistas industriales del siglo siguiente y el gran capital de los siglos posteriores.

Por el contrario, J. J. Rousseau (1712-1778) había afirmado que el derecho a la propiedad no proviene de la ley natural, tal como los derechos a la vida y la libertad, sino que siguió al hecho de la toma de posesión cuando decía con cierto cinismo: “el primer hombre que, después de proclamar «esto es mío» y encontró gente lo suficientemente simple como para creerle, fue el verdadero fundador de la sociedad civil”. Se puede concluir que la sociedad civil, investida de tanto poder podría sin duda dar vuelta este argumento para apropiarse de esta propiedad y legitimar además esa acción en función de la equidad y el bien común. En efecto, es la sociedad civil la que otorga al individuo derechos para poseer y no una supuesta ley natural.

El derecho de propiedad, que surgió de vincular la posesión de tierras e implementos de trabajo con quien la trabaja y de identificar el producto del trabajo con el derecho a poseerlo, ha sido defendido con todo el imperio de la ley, aún cuando es sabido que su acumulación proviene, cuando no del robo, de la audacia, la habilidad financiera y la fortuna de estar en el lugar y el tiempo oportuno. La historia nos enseña que quienes poseen el capital, los burgueses, adquieren, por el mismo hecho de poseerlo, un poder político correlativo tan poderoso que pocas dificultades han tenido para legitimar y hacer valer el derecho de propiedad privada, y quienes han querido oponerse a este dictamen han sido violentamente eliminados mediante guerras, gobiernos autoritarios y la misma ley. Ocurre que en una sociedad capitalista, las instituciones políticas han tenido que adaptarse al imperio del capital privado. Harold J. Laski (1893-1950) ya señaló en Reflections on the Revolution of Our Time, 1933, que, considerando que el Estado pertenece a los poseedores del poder económico, las reformas alcanzan al límite que las clases acaudaladas consentirían sin llegar a las armas. Así las cosas, resulta muy difícil defender las prerrogativas de la república frente al poder de la burguesía, como históricamente está demostrado.


La economía de mercado y el capitalismo 


No debemos confundir la economía de mercado con la economía capitalista. Esto que parece de Perogrullo es normalmente olvidado, pero es decisivo para comprender la economía contemporánea. Las funciones de ambas son muy distintas y pertenecen a escalas diferentes. La función de la economía de mercado es determinar el valor de las mercancías y, a través del precio que adquieren en el mercado, conocer su relativa demanda u oferta, lo que sirve para señalar la dirección del desplazamiento de la economía y principalmente de la producción. Por el contrario, la función de la economía capitalista es justamente controlar dicho desplazamiento a través del predominio del capital privado, el que persigue la maximización del beneficio. La fuerza de ambos tipos de economías es ciega, a pesar de tener en su origen la intencionalidad humana individual, pues responde a distintas reglas de juego convenidas socialmente. Estructuralmente hablando, la economía de mercado es un simple pero eficiente mecanismo de intercambio de mercancías y servicios que entrega información sobre precios para una adecuada asignación de recursos. Por su parte, en la economía capitalista el capital privado predomina por sobre los demás factores de la producción económica para explotar aquellos recursos que otorguen el mayor beneficio posible a su poseedor.

De ahí que la economía de mercado sea avasallada por la economía capitalista. Ello es posible a causa del enorme poder que adquiere el capital al poseer la capacidad para determinar los modos de los otros factores de producción y de manejar además la voluntad del consumidor a través de la inversión en publicidad y en ideologías que le favorecen. La publicidad es una inversión de capital que procura revertir la natural relación causal que se produce cuando una necesidad induce la producción de un bien o de un servicio que la satisfaga; incluso llega a imponer la moda, o mejor dicho, la ética de su consumo indicando cómo, dónde, cuándo, hasta cuándo y en qué cantidad es permitido consumirlo.

La relación del capitalismo con la economía de mercado es que se cree que la iniciativa privada se desarrolla mejor sin la interferencia del Estado, suponiendo que la iniciativa privada –esto es, la iniciativa de los capitalistas dónde invertir– es un valor superior y absoluto. En esta concepción el interés general ya no aparece como efecto de una acción políticamente concertada, sino como efecto de la acción en el mercado de una multiplicidad de individuos que buscan su propio interés. La riqueza deja de tener un sentido social y se transforma en una posesión individual para ser utilizada por su poseedor y dar rienda suelta a todas sus ambiciones y sueños de poder, con la mínima coerción social y política posible.

La economía capitalista utiliza la economía de mercado para sus propios fines. Al determinar dónde, cómo, cuando y cuanto invertir influye decisivamente en las remuneraciones, los productos y hasta en sus precios. En la economía de mercado el capital consigue un poder tan extraordinario que la modifica hasta el punto de estructurar monopolios y cárteles para manipular la libre competencia. La subordinación que la economía capitalista efectúa sobre la economía de mercado, que está en la base de las polémicas económicas, subsistirá mientras se perpetúe el reconocimiento del derecho absoluto de propiedad de capital privado y existan recursos que explotar y ambiciones que satisfacer. Así las cosas, resulta de la mayor ingenuidad pretender que el mercado es libre porque legalmente se penaliza el monopolio.


La eficiencia del capitalismo 


Se asevera que el capital privado es más eficiente que otro tipo de propiedad de capital, lo que algunos explican por el antiguo proverbio “al ojo del amo engorda el caballo”. Pero esta afirmación es en realidad equívoca. Lo que efectivamente explica este adagio es que el amo, en procura de engordar al caballo, está dispuesto a utilizar cualquier recurso, aunque sea mucho más eficiente empleado en otras finalidades, o aunque sea éticamente reprobable.

Desde el punto de vista social, el capitalismo aparece como un sistema verdaderamente ineficiente en la utilización de recursos. A pesar de utilizarlos hasta el derroche, el capitalismo no ha logrado solucionar el problema económico fundamental que es el pleno empleo y la satisfacción de las necesidades básicas de alimentación, vivienda, salud, educación y entretenimiento para toda la población, mientras genera una enorme inequidad en la repartición de las riquezas. Asimismo, el capitalismo no es eficiente en la preservación del medio ambiente. Por la necesidad del capital de invertir, presiona sobre el débil entramado de la naturaleza en busca de cada vez mayores beneficios, agotando los recursos naturales y contaminando el medio ambiente. Ciertamente, este mal también se puede hacer extensivo a economías centralmente planificadas que por mantenerse vigentes y en antagonismo con el capitalismo han devastado el medio ambiente de manera similar o peor.

Igualmente, se ha construido el mito de la eficiencia de la libre empresa. Este mito es sustentado por el deseo de algunos de ejercer el poder sin traba alguna, y en la libre empresa el propietario corrientemente disfruta el ejercicio del poder como Lenin jamás lo pudo soñar, aunque la eficiencia deje mucho que desear. La libre empresa está más preocupada por mantenerse en el mercado que por producir bienes y servicios que tengan verdadera utilidad y que hayan sido producidos empleando concienzudamente los recursos. En realidad, si existiera un mecanismo asignador ideal que no fuera avasallado por el poder del capital, se podría satisfacer con los mismos recursos económicos existentes las necesidades de todos los seres humanos del mundo y sin deteriorar el medio ambiente.

Si se analizara cuál es verdaderamente la fuerza que impulsa una empresa a ser más eficiente, crecer y desarrollarse, conquistar mercados e innovar, veríamos que no está en la decisión del capitalista para invertir o no en dicha empresa. La perspectiva que tiene el capitalista, que determina si invierte o no, es si la empresa en cuestión tiene capacidad para generar utilidades que aseguren el interés que busca y acreciente su capital. La verdadera fuerza detrás de la empresa está en la calidad de su gestión, en su espíritu innovador y productivo y en la demanda real que exista por lo que produce. En otras palabras, esta fuerza no proviene de quien sea su propietario. Todas estas condiciones levantan las preguntas, ¿por qué se privilegia entonces al capital?, ¿por qué debe existir exclusivamente capital privado y no también capital estatal?, ¿cuál es entonces el mérito del capitalismo para que lo aceptemos con tanta obsecuencia?, ¿no será que los capitalistas nos han hecho creer que son nuestros salvadores?

No se puede dejar de indicar que el capitalista y el empresario, que para Marx eran la misma persona explotadora, se disociaron hace tiempo. El nuevo capitalista comprendió que no necesita correr los riesgos del empresario, permitiendo que sea el sistema financiero el que califique el riesgo de la inversión. En cambio, es el empresario quien debe correr el riesgo anteriormente reservado al capitalista. Mientras el empresario debe sufrir el estrés por el éxito o el fracaso de su empresa, la inversión hecha por el capitalista ha sido debidamente garantizada. No es una casualidad que la banca encabece la lista de los sectores económicos con mayores utilidades anuales.


La inequitativa relación trabajo-capital del capitalismo 


Considerando el trabajo en la perspectiva del capitalismo, las riquezas no pertenecen necesariamente a quien interviene directamente con el propio esfuerzo en su producción, como Locke y Smith hubieran supuesto, y quien ni siquiera posee el poder de su propia fuerza muscular arriesga no poder satisfacer incluso sus necesidades elementales de supervivencia. Para el capitalismo, las funciones del trabajo no son precisamente la identificación afectiva del trabajador con su actividad laboral, ni su asociación con otros seres humanos a través de su actividad. Tampoco es su dignificación mediante su trabajo, ni el gozo intenso que le puede producir desempeñar una actividad útil y apreciar su producto. Puesto que estas valoraciones, propias de las antiguas artesanías, no maximizan el beneficio del capital, no les son útiles. En cambio, lo que el capitalista ve en el trabajo es un desmesurado salario a cambio de ineficiencia y poca productividad del trabajador. 

Algunos capitalistas se enorgullecen imaginando que son benefactores sociales cuando suponen que dan trabajo. Esta idea sería verdadera si el capital tuviera un origen extra-social y su posesión fuera por derecho natural. Sin embargo, el derecho de posesión lo otorga la misma sociedad a la que también pertenecen los trabajadores y que tiene por finalidad el interés general.

La causa profunda de la desigualdad social es que en el medio económico del libre mercado el trabajo naturalmente abunda, mientras el capital es siempre escaso. Entonces, en el mercado se produce una sobreoferta de trabajo al tiempo que existe una sobre demanda por capital, de modo que la participación de los beneficios de la actividad económica resulta bastante desigual y muy poco equitativa, siendo la participación del beneficio en cualquier emprendimiento productivo mucho mayor para quien posee el capital. Este factor es más desequilibrante cuando el trabajo no es calificado y el capital es intensivo en tecnología. De hecho, el trabajo debe ser efectuado a cualquier precio, pues quien lo ejecuta está forzado primeramente a sobrevivir. En cambio, el capital, que está siempre en gran demanda, es cómodamente invertido en la actividad que ofrezca el mayor beneficio dable y en el menor plazo posible, al tiempo de obtener la garantía que podrá ser recuperado. Incluso si la calidad del trabajo mejorara en cuanto una mayor productividad del trabajo como resultado de una mayor capacitación, disciplina y dedicación, y si estas características pertenecieran en forma generalizada a toda la fuerza laboral, el nivel de remuneraciones se mantendría necesariamente baja, lo suficiente para permitir que los trabajadores sostuvieran dicha calidad que está en relación directa con la productividad general.

El capitalismo, que busca la maximización de beneficios, logra conseguir automáticamente una cierta tasa de desempleo a través de intensificar la inversión en bienes de capital y/o desarrollar tecnologías sustitutivas de mano de obra y, por tanto, de mayor oferta de trabajo, lo que se traduce en miseria para los cesantes y pobreza para una mayoría de trabajadores. En su búsqueda por disminuir los costos en mano de obra el capitalismo no ha dudado históricamente en invertir en regiones de abundancia de mano de obra, explotar mano de obra infantil, incorporar la mujer al trabajo, extender el horario de trabajo hasta límites insostenibles.


La tecnología en el capitalismo   


El capital puede ser invertido en bienes de capital, materias primas y trabajo, y generar, por lo tanto, mayor cantidad de productos. También puede ser invertido, desde luego, en tecnología apropiada ― específicamente, en investigación y desarrollo tecnológico ― la que pasará a formar parte de las exclusividades de una empresa particular. Una nueva tecnología puede generar mayor expansión económica al conseguir los recursos y su transformación en producto con menor costo, optimizando el beneficio.

La acumulación de capital ha traído aparejado el desarrollo tecnológico. La tecnología, que consiste en extensiones extremadamente eficientes del cuerpo humano para dominar mejor a la naturaleza, no es otra cosa que el reemplazo más efectivo y económico de su esfuerzo, tanto intelectual como físico. Puesto que lo que obtiene son máquinas, productos, procesos y materiales para extraer recursos y acelerar y abaratar el trabajo, es también una forma de acumulación y concentración de capital.

La tecnología es inversión de capital y sigue los propósitos de éste: el beneficio privado. El capital puede ser invertido en tecnología con un doble propósito: explotar mejor la naturaleza y reducir los costos en trabajo. Una nueva tecnología puede optimizar el beneficio del capital al conseguir productos más competitivos. El crecimiento económico es principalmente fruto de la tecnología. Puesto que la tecnología crece en forma exponencial, el crecimiento económico es también exponencial. En realidad, como se ha podido comprobar con fuerza desde al menos la Revolución industrial, la combinación de capital y tecnología produce una aceleración del desarrollo económico semejante a la aceleración de la reacción nuclear de una pila atómica, donde la adición de material radiactivo acelera el número de reacciones hasta un punto que sobrepasa el límite de la auto-sustentación.

Siguiendo esta analogía, podríamos suponer que, pasado ese punto, se debe cuidar no llegar a juntar mayor cantidad de material que supere lo que se denomina masa crítica, para que la reacción no se acelere tanto que llegue al punto de explosión. El problema de nuestros tiempos es el producido por los límites naturales impuestos a un desarrollo económico basado en el desarrollo tecnológico. También esta analogía es descriptiva en otra materia, la de desechos nucleares. Toda actividad económica tiene un cierto impacto en el medio ambiente, el que se intensifica y se prolonga en el tiempo con un desarrollo mayor.

La tecnología puede desarrollarse en diferentes direcciones, magnitudes e intensidades. Mientras ello implique ejercicio de fuerza, su desarrollo seguirá por las direcciones y alcanzará las intensidades y magnitudes que logren aportar mayores beneficios a quienes la poseen, independientemente de las alternativas que puedan resultar más beneficiosas para los más necesitados o para los distintos ecosistemas, y para la biosfera en general. Se puede comprender entonces que la tecnología, en la cual se cifraron tantas esperanzas, no pueda dar respuesta a los problemas más vitales de una mayoría cada vez más grande de la humanidad, como la indigencia, la ignorancia, la falta de libertad.

Por lo anterior la tecnología no es una fuerza ni económica ni socialmente neutra. Ciertamente, quien posee tecnología está en condiciones económicas más favorables, y quien dispone de la tecnología de punta está en posición aún más ventajosa. No en vano el acceso a una buena educación, que es inversión de capital en conocimiento tecnológico, es en la actualidad tan codiciado, no importando que las exigencias sean cada vez mayores. La demanda por la educación en tecnologías es directamente proporcional al desarrollo tecnológico y a la complejidad que éste trae consigo.

La tecnología es un factor de la producción puesto en cómo maximizar y explotar óptimamente los recursos económicos. Es conocimiento acumulado, a menudo celosamente guardado. Es capital invertido en costosa investigación, innovación y desarrollo. Es propiedad de alguien que busca beneficiarse. Vemos entonces que el desarrollo y crecimiento económico es principalmente fruto de la tecnología. Ésta es un recurso puesto en cómo maximizar y explotar óptimamente los demás recursos económicos. Es una poderosa fuerza que tiene decisivos y profundos efectos sobre la estructura social y económica. Mientras mayor sea la fuerza, como resultado de la combinación del capital y la tecnología, tanto mayor será el poder capaz de ser ejercido sobre la naturaleza y principalmente sobre la misma sociedad.

Un producto es competitivo siempre que tenga ventajas comparativas. Y lo que en nuestro mundo altamente tecnológico permite que un producto las tenga es principalmente una tecnología exclusiva. Una tecnología no exclusiva no hace que el producto posea una ventaja comparativa. No basta con copiar tecnologías por todos conocidas para conseguir un producto aún más competitivo. Si una empresa no usa la tecnología de punta, simplemente no podrá estar en el mercado; pero si esta tecnología de punta es además exclusiva, es decir, que sólo dicha empresa la pueda utilizar por poseer derechos sobre aquella, será comparativamente muy ventajosa. La exclusividad la otorga una patente de invención y, consecuentemente, se trata de un privilegio que destruye el libre mercado al conformar un monopolio. Ciertamente, este privilegio es la compensación por el capital invertido en investigación y desarrollo que pocas veces consigue el pleno éxito.

El origen de la alta tecnología se puede trazar a las potencias económicas y militares, las que han perseguido el poder hasta la misma hegemonía geopolítica. Buscando el prestigio internacional y la superioridad bélica, no han reparado en gastos para desarrollar hasta las complejas tecnologías que les permite otorgar el poder militar incontestable y evitar ―con un cierto sentido de paranoia― cualquier amenaza contra su seguridad nacional. Sin duda, todos reconocen no sólo que la superioridad bélica está al servicio de los esfuerzos hegemónicos de las potencias para dominar los mercados, sino que también el costo para erigir estos gigantescos establecimientos militares se paga largamente con los beneficios de dominar de hecho los mercados.

Las poderosas instituciones estatales aeroespaciales y de defensa, financiadas con el aporte ciudadano, costean empresas privadas para desarrollar productos de sofisticada tecnología para uso bélico. Con el tiempo, en la medida que los costos de los productos se reducen a causa de un mayor desarrollo, las aplicaciones civiles aumentan en áreas como la cibernética, las comunicaciones, la aviónica y muchas más. Las empresas se fortalecen con una tecnología exclusiva y un producto muy competitivo y de gran demanda, dominando el mercado internacional y enriqueciendo de paso la nación donde están establecidas.

La antigua educación universitaria, en el sentido literal de conocimiento universal por el saber, ha quedado obsoleta, pues era impartida a ciertos grupos más o menos aristocráticas, los que debían ocupar su ocio en cuestiones dignificantes. En cambio, una sociedad tecnológica requiere especialistas. La educación universitaria actual, que no pretende ser literalmente universitaria en el sentido de conocimiento universal, sino educación superior, ha quedado en manos de institutos profesionales altamente especializados que en rigor no deberían llamarse “universidades”. Una educación acerca del conocimiento de los diversos aspectos del universo es demasiado onerosa para las legiones de estudiantes que buscan una profesión o un oficio que les permita valerse económicamente y sobrevivir en nuestro mundo tan poblado y competitivo. Pero sería una tragedia cultural negarles el conocimiento universal.

La tecnología en combinación con el capital privado tiene básicamente como efecto el consumismo y el despilfarro de una minoría, la expoliación de los recursos naturales, una explosión demográfica generadora de seres humanos condenados a la miseria y la concentración de poder en manos de unos pocos. Se puede comprender entonces que la tecnología, en la cual se cifraron tantas esperanzas, no pueda dar respuesta en forma directa a los problemas más vitales de una mayoría cada vez más grande de la humanidad, como la indigencia, la ignorancia, la falta de libertad.



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NOTAS:
Todas las referencias se encuentran en Wikipedia.
Este ensayo ha sido extraído del Libro X, El dominio sobre la naturaleza (ref. http://www.dominionatura.blogspot.com/), Capítulo 5 – La economía capitalista.